domingo, 31 de enero de 2016

Tío, ¿qué pasa?

El espíritu crítico es una cosa formidable. Existir dudando de todo, formándote tu propia opinión de las cosas sin que te afecte lo más mínimo lo que digan los demás. Está tan, tan bien que si te sientes identificado con esta actitud probablemente sea porque eres una persona muy inteligente. Descartar, archivar, defender, denostar. Esos son los verbos. Sin embargo, es el arroz pegado de la argumentación: lo repelamos por gula, al igual que nos justificamos en el espíritu crítico para poder tener vía libre y basar todo nuestro discurso en la referencia despectiva. 

Hay una cosa muy bonita y muy del siglo XXI que diría (y corregidme si me equivoco) que es resultado directo de la era de la comunicación. Se trata de cómo la plática de las sociedades ha acabado mutando en una suerte de referencia constante a la plática del semejante: tratamos de construir una argumentación como un ejercicio de ego, como una forma de reivindicarnos en medio de una muchedumbre detestable y grasienta que opina sin que haya ningún héroe anónimo que los detenga. Ese héroe, aunque no tan anónimo, eres tú: tú tienes que enseñar a los demás, defendiendo tu impronta y entre cuatro abominables selfies, cómo funciona realmente el asunto. Tú, ilustrado, eres el encargado aquí y ahora de empezar a elucubrar y proponer porque, oh, cruel devenir, alguien ha dicho algo que en el fondo de tu corazón te chirría. 

Y ahí es cuando empiezo a plantearme si realmente hemos asumido tantísimo nuestra existencia como una respuesta al entorno que hasta nosotros mismos nos encargamos de manejar nuestra impronta respondiendo a retazos de otros discursos; paliando un minúsculo, molesto e incesante goteo creando una cascada cuyas aguas se adecuen mejor a lo que nosotros exigimos. Porque lo más importante no es ser más tú, sino hacer más ruido. 

lunes, 11 de enero de 2016

En defensa y en retrospectiva...

Dada la opinión general (que empieza a rozar la categoría de muletilla) de que Star Wars: El despertar de la Fuerza no supone más que un mero remake de la película original del 77' y una repetición de códigos que devienen en un aterrador lugar de comodidad para los fans, me veo tentado a hacer una serie de matizaciones que considero interesantes. Lapidadme, pero allá voy.

En primer lugar, conviene enumerar sus errores: El despertar de la Fuerza, bien por una estrategia comercial medidísima, bien por falta de temeridad, no trae demasiadas novedades en su discurso visual y sus conceptos de lore. En efecto, Abrams recicla mil elementos (el subtexto ya nos avisa con Rey manteniéndose a flote recuperando viejas piezas de los destructores estelares clásicos) para construir un imaginario seguro en el que poder actuar sin que el fan se alarme por si es todo demasiado raro. Sí, Disney no se la ha querido jugar. Pero, paradójicamente, la película funciona a las mil maravillas cuando integra nuevas ideas en su historia y es menos efectiva cuando el reciclaje lleva unilateralmente a lugares comunes. Esta queja existe y persiste entre fans y haters, que se reconcilian al aceptar éste como el mayor error de la cinta. ¿La diferencia? El grado de importancia que le da cada uno.

No me malinterpretéis: a mí no me parece "poco importante" que a la película le falte imaginación en su lore. La ficción de género tiene interés, en gran parte, por cómo sorprende con el imaginario y lo conjuga con el corazón de sus historias, y que éste remita constantemente a lugares comunes es poco inspirado y entiendo que pueda cabrear al personal. No obstante, no entiendo cómo esta falta de discurso visual ha llegado a solapar el que, por otro lado, es el mayor acierto de la cinta y también uno de sus grandes motivos de crítica: los nuevos personajes.

Por un lado tenemos a Rey, que como personaje principal dista mucho más de Luke (repito, olvidémonos del discurso visual de la cinta) de lo que lo hizo Anakin en aquel fallido Episodio I (que, fíjate tú, para mí es tan nostálgico o más que la película de Abrams).  Tenemos una protagonista sin aspiraciones heróicas que, lejos de buscar aventuras, lo único que quiere es reencontrarse con su familia (inversión de motivaciones que ya se habían calcado con Anakin con respecto a Luke). De Finn ni siquiera podemos sacar un referente: es un personaje completamente nuevo que, como mucho, puede recordarnos a Han Solo cuando decide optar por la vía segura ante enfrentarse con la peligrosa Primera Orden. Concepto que, además de cogidísimo con pinzas, no es exclusivo del contrabandista, sino un lugar recurrente de toda la ficción de género que cuenta una épica sobre la lucha contra el mal. Vamos, el clásico escéptico que se contrapone, sin ser un villano, a las ilusiones del héroe. Poe tampoco nos remite, en realidad, a nada conocido. Pese a que su sentido del humor nos puede recordar en ciertos puntos al ya mencionado Han Solo, es un personaje que nada tiene que ver con éste (ni en su sátira, mucho más amable e intencionada en el piloto de la Resistencia). Cuatro adjetivos: idealista, amable, abierto y fiel. Cuatro adjetivos que ya lo alejan de cualquier comparación forzada por parte del fandom.


Y, por supuesto, nos queda el villano. Kylo Ren, el personaje mejor construido de la película y el más denostado por la crítica, que paradójicamente parece quejarse de la condición de remake de la cinta mientras pide a gritos que el caballero de Ren no se quite la máscara ni deje de ser un calco exacto de lo que fue Darth Vader.  De acuerdo, se puede rajar de lo presente sin necesariamente estar pidiendo un retorno a lo clásico, pero curiosamente muchas de estas críticas claman por características que encajan a la perfección con lo que habían sido el resto de villanos de la saga (que, salvando a Vader y Palpatine, eran bastante pobres en la hexalogía (que no en el expansivo UE)). Porque sí, Kylo es un Vader wannabe, una copia, un impostor, un fraude. De eso se trata. Por mucho que quieran denostarlo algunos y reivindicarlo por encima de sus posibilidades otros, la cualidad dramática principal del personaje es el patetismo. No es ningún badass, ni pretende serlo: nos encontramos ante un villano en formación que se siente frustrado por su imposibilidad para entregarse al Lado Oscuro y alcanzar el poder que le exige su ascendencia. Otra joyita de subtexto que enriquece tanto el concepto de la cinta como al personaje en sí. En el camino de retomar la leyenda, destripa el discurso de la búsqueda del mito para ofrecernos una nueva vía que además se siente orgánicamente ligada a la propia naturaleza de la saga: la evolución desde el fondo, la que se centra menos en apuntes de diseño y pomposidad visual para explorar el corazón de lo que fue -y es- Star Wars en la cultura popular. Y con esa lectura asienta las bases para perpetuar el legado.