Como muchos habréis adivinado por el título de la entrada, he empezado a ver Doctor Who. Y nunca es tarde para enfrentarse a tal mitiquez, o al menos así lo entiendo yo. Por ahora, como buen hijo de mi época falto de autenticidad y cojones, he empezado con la serie nueva, la que arrancó en 2005, y de manera absolutamente profana. Si ha habido alguna referencia o se ha relacionado algo de lo visto en los primeros siete episodios con la serie original, no lo he pillado.
Mis primeras impresiones van a ser, con casi total seguridad, tan evidentes que seguramente hasta redunde emitirlas de manera abierta. Pero oye, no me voy a arriesgar a callarme algo interesante y voy a vomitar de la mejor manera posible todo lo que se me esté pasando por la cabeza sobre lo visto.
Su mecanismo y sus encantos formales son clarísimos: la serie usa la inocencia autoconsciente (sin una pizca de ironía fácil) como arma principal para deslumbrar al espectador. En todo momento nos sorprende con efectos especiales de una cutrez hechizante, que al compás de historias con una base impresionantemente sencilla, nos llevan a situaciones algo más originales que parecen ser impelidas por un poder narrativo contrarrestante que dote al conjunto de un sabor fresco y adictivo.
Y hasta ahora y por lo que he visto, funciona a la perfección. Además, su carácter atemporal viene muy marcado al ser un producto con una lógica interna tan carente de fobias. Por ahora no puedo decir mucho más, pero me está encandilando. Habrá que ver cómo llevan las riendas en todo lo que me queda. Pero en fin, que es muy bonita y ligera como cereales dietéticos.