miércoles, 14 de agosto de 2013

¡Ojalá te guste Pokémon!


 Cuando cursaba primaria (no recuerdo el curso exacto, pero juraría que rondaba los nueve años) se nos propuso realizar un trabajo de plástica en el que teníamos que, en grupos, dibujar en cartulinas considerablemente grandes escenas de temática greco-romana. Cada grupo lo presidía una persona que indicaba la idea general del proyecto, determinando cómo iba a ser una vez acabado.

 El caso es que una niña de clase terminó trabajando sola y lo hizo de principio a fin sin ninguna influencia externa.

 El resultado fue una especie de predicador romano tremendamente deforme embutido en una toga y con una corona de laureles rodeando su cabeza que portaba una pancarta en la que ponía: "¡Ojalá te guste Pokémon!". Al lado, pegado con pegamento, había una lámina recortada de un soldado romano extraído de "Astérix y Obélix".

 Me perturbó tantísimo que tuve que preguntarle de qué iba todo esto, y ni ella misma me supo responder. La cartulina estaba pegada en una pared de clase y la veía cada día. 

 No sé si a los demás niños les llamaba tanto la atención como a mí, pero os juro que me sigue fascinando hasta día de hoy. De hecho, he tenido que modificar el contenido de la pancarta (lo de arriba es la cartulina redibujada por mí de memoria) porque me jode la mente muchísimo la frase original. Y no es por mezclar "Pokémon" con la temática greco-romana. Es el DESEO de que te guste, expresado por ese ser, lo que acaba conmigo definitivamente.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Ahí abajo

 Florián Descartes jamás pensó en la vida como un camino recto. Si quería conceder a su existencia la categoría de viaje, el escenario más adecuado a su forma de desenvolverse era una selva con senderos tremendamente irregulares. Con un comportamiento más animal que humano, el futuro era irrelevante para él en cualquiera de sus acepciones. Además, el joven Florián padecía insomnio, aunque no le parecía un impedimento para frenar su salvaje ritmo de vida. 

 Mucha gente no dudaba en tildarlo de un pobre desgraciado, pero estaba claro que no sabían de qué estaban hablando. Florián era un tigre, una bestia con fauces afiladas. Esa noche había quedado con una chica con la que coincidió en un cursillo hace años. El joven defendía una filosofía muy personal: nunca descartes viejos y útiles conocidos. Al fin y al cabo, esa forma de pensar se adaptaba muy bien a su forma de ver la vida, pues no era más que otra forma de anclarse al presente sin mirar al futuro. 

 La chica era su media naranja. Se llamaba Sevilla, como la ciudad. Y a pesar de eso, era otro animal de la selva. Jugaba a su mismo juego. Pero Florián ni siquiera se planteó algo serio con ella. Era su ligue, y le iba a durar tanto como tardara en extraer todo su jugo. La había invitado a casa, y eso implicaba una preparación considerable por parte de nuestro amigo. Velas, cena, vino, Miles Davis sonando y una considerable cantidad de cocaína en el cuerpo de nuestro joven. Florián estaba atípicamente nervioso. No le gustaban los rechazos, y solía poner toda la carne en el asador para estas cosas; el error no era una opción válida. Lo difícil no iba a ser conquistarla, sino llevarla a la cama sin necesidad de plantear una segunda cita. La cosa estaba en finalizar el trabajo esa misma noche. La eficacia era su musa, y rara vez le dejaba poco inspirado.

 Sevilla llegaba en diez minutos. La preparación de Florián en ese intervalo de tiempo era una rutina de observar fijamente una foto de la chica hasta asimilarla del todo con tal de no ponerse nervioso. A decir verdad, el joven sí pensaba en un futuro: el de su miembro. Tras analizar detenidamente el rostro de la chica, el timbre sonó alto y claro. Florián abrió rápidamente para descubrir a Sevilla, más guapa que nunca, postrada en su portal. El rojo resplandeciente de su vestido se deslizaba por su cuerpo hasta sus piernas, perfectamente integradas en unas medias de encaje que llegaban hasta sus altos tacones negros. Su dorada melena brillaba con la intensidad de mil soles, y sus fríos ojos grises devoraban los del joven. Tuvo que tragar saliva, pero no estaba nervioso. Tan solo sentía cómo sus expectativas -que ya eran altas- se veían superadas al verla. 

 -Pasa, pasa. La cena está prácticamente lista.

La mujer se desplazaba lenta y elegantemente, como una gata catando un entorno de ratones asustados. Florián no era ningún ratón, y mucho menos estaba asustado, pero sintió cierta incomodidad al intuir un intento de intimidación. Normalmente era al revés.

 -Tienes una bonita casa -apuntó Sevilla-. Es una lástima que vayas a irte a vivir fuera.

Aquella era otra de las mentiras del joven: esa no era su casa. Un íntimo le pidió que la cuidara mientras estaba de viaje, y él no dudó en usarla como picadero improvisado. 

 -Sí... es una pena abandonar un sitio donde has estado casi toda una vida -Florián volvió a mentir-. Me gustaría haberme quedado más. 

 Sevilla se sentó, y Florián sirvió los platos gentilmente. Había preparado un entrecot con salsa roquefort y espárragos a la plancha, acompañados de varias tiras de pimiento caramelizado y un vino tinto que había encontrado en la despensa de la casa. No tardaron en comer, y el silencio inundó el salón. Pese a lo incómodo de la situación, Florián sintió cómo la confianza en sí mismo volvía a aumentar. Estaba claro que a Sevilla le estaba encantando lo que había preparado, y, cómo no, eso para él era una garantía total de sexo.

 Ella le miró a los ojos, y no tardó en devolver la mirada. Sin darse cuenta, cada bocado que daban no les impedía dejar de mirarse. Estaban contemplándose con una frialdad felina, algo muy propio de ambos, pero que jamás habían experimentado. De pronto, Sevilla mordió con fuerza un espárrago y lo masticó con una recreación casi masturbatoria. A Florián le gustó mucho ese juego, así que él subió la apuesta a un trozo de carne, repitiendo la misma operación. Ella decidió pasar al siguiente nivel: agarró un pimiento con las manos, y tras deslizarlo suavemente por su mejilla, dejando una hilera roja en forma de media sonrisa hasta la comisura de su boca, lo mordió con una fuerza animal. Eso impulsó a Florián a levantarse, acercarse a ella desde el otro lado de la mesa y besarla con pasión. Ella, evidentemente, cedió y cayó en sus redes. Tras un apasionado minuto besándose, el joven volvió a su asiento para meterse debajo de la mesa. Era el momento: le iba a comer el coño.

 Cuando apartó el mantel de la mesa y se introdujo dentro, Florián notó una pequeña caída y se golpeó la cabeza contra el suelo. El momento, aparte de anticlimático, fue humillante. No veía nada, y cerraba los ojos con fuerza por el dolor. Puso la mano en el suelo para reincorporarse, y el tacto de éste no le resultó normal. Lo áspero y caliente del mismo le hizo abrir los ojos sorprendido, y fue entonces cuando empezó a no comprender nada. La luz del sol abrasador le cegó de primeras, pero no tardó en acostumbrarse para descubrir que se encontraba en medio de una larga carretera en medio de una llanura seca e infinita. A lo lejos, en medio del carril, había una silueta que se iba acercando lentamente. El joven, débil y confuso, se limitó a esperarla. Cuando se acercó a él, determinó finalmente cómo era, pero nunca había visto nada igual. La cara de Sevilla se encontraba adherida al cuerpo de un carnero de proporciones considerablemente grandes, y viraba los ojos enloquecidamente dentro de sus órbitas. Florián habló por instinto, no pensó.

-Tu coño...

De repente, los ojos nerviosos pararon en seco y le miraron fijamente con la frialdad de la primera vez, reviviendo el momento en forma de guiño bizarro. 

-Una cara no puede tener cara, al igual que un coño no puede tener coño -dijo el ser.

 Florián captó rápidamente el mensaje, aunque no por ello le resultó menos perturbador. ¿Aquello era...? Imposible. Intuyó que todo lo anterior con Sevilla había sido un sueño y tuvo que despertar ahí. ¿O el golpe le había afectado demasiado? Era más probable. Sí, seguramente eso fuera el sueño, aunque se sintió extrañamente consciente y decidido. 

 El joven se acercó a la cara del ser y lo besó con suavidad en los labios. No tardó en dar más profundidad al beso. Besó con pasión a ese extraño híbrido, y tampoco escatimó en empezar a usar la lengua. Cuando se dio cuenta, estaba lamiendo todo el rostro de forma adictiva y obscena. No podía parar aquello. Bajó un poco y llegó al vientre peludo del ser, que se acostó boca arriba en el asfalto para permitir a Florián desempeñar su trabajo. Lamió cada parte del vello de su barriga, llena de piel pellejosa y seca. Tardó en darse cuenta de que casi se había ahogado en pelo cuando escupió una gran bola húmeda. Eso le provocó una erección y repitió el proceso hasta generar otra bola capilar todavía más grande. Lamió también sus pezuñas, llenándose la boca de tierra y suciedad del suelo. Pronto se descubrió lamiendo el propio asfalto con intensidad y fuerza, y en un parpadeo, todo se volvió oscuro de nuevo. 

  -¿Florián? ¿Florián, estás bien? 

 Descubrió a Sevilla, otra vez en la casa, mirándole fijamente tras salir de debajo de la mesa. ¿Qué había pasado ahí dentro? El chico se sentía profundamente perdido, y rápidamente se incorporó con ayuda de la chica. 

 -Lo siento, no sé qué he hecho. No sé por qué he salido de ahí.

 -Da igual, Florián. Por cierto, la cena estaba buenísima. -indicó ella.

 Miró a la mesa y vio cómo ella se había acabado todo, al contrario que él. Se tocó la frente para comprobar si estaba febril. Nada. Parecía que su mente se la había jugado.

 -Oye, me voy a ir ya -anunció Sevilla-. Tengo que llegar a casa pronto, que mañana trabajo.

 Con eso, Florián descartó cualquier posibilidad de sexo. La misión había fallado, pero no le importaba mucho ahora. El trance anterior le había descolocado, y se sentía con pocas fuerzas para recuperarse de una experiencia así. Decidió acompañarla hasta la puerta de abajo y despedirse de ella tranquilamente. Tampoco le interesaba saber nada más de esa chica. No es que le desagradara, pero le daba igual conseguir algo a estas alturas.

 -Bueno, ten cuidado. Creo que ahí viene tu taxi.

 -Sí, parece que sí -Sevilla miró al suelo fijamente y se apresuró a levantar la vista y observar ilusionada a Florián. Se acercó a él y se colocó junto a su oído-. Por cierto... -dijo ella- Pocos siguen adelante tras ver lo que tú has visto -Florián se apartó con delicadeza y la miró a los ojos, confundido-. Me ha encantado lo que me has hecho ahí abajo.